Un camino dorado que nunca termina, en sus bordes crecen matorrales y hierbajos confeccionados con pelo sucio de bruja.
Una escalera de plata, con el pasamanos de azúcar y la base de cada escalón de caramelo de café.
Una cuerda de regaliz, al final de una selva sin colores, donde sus trazos de líneas dibujadas no se despintan por muchas tormentas, riachuelos, o gotas del rocío caigan en su interior.
Un puente en forma de arco donde los duendes se afeitan las barbas y quedan para citas románticas con las duendecillas.
Un trozo de cielo en donde las estrellas se transforman en caballos voladores en busca de entradas secretas a cementerios de hadas.
Un curvilíneo sendero que atravesar para llegar a un bosque subterráneo repleto de árboles de hojas perenne, cargados con bolsitas a rebosar, de abundantes pepitas de oro.
Interminables rutas laberintícas en forma de espiral, en sus rinconeras desprenden gases de sueño para lograr dormir a grifos salvajes y al mismo tiempo aislar así a estas legendarias bestias, de ser atacadas por los los minotauros y centauros que se hospedan en el núcleo de los laberintos.
Una isla en medio del mar en donde un grupo de sirenas cantan alegres melodías.
Esbeltos manzanos y naranjos que esconden en sus frutos la fórmula secreta del éxito para el amor y la belleza, y se encuentran plantados al final del arcoiris.
Mundos donde las noches eternas perduran, en ellas criaturas peludas de dientes puntiagudos, se hacen dueños de todo a su paso y se apoderan de almas inocentes que se dejan las puertas de sus cámaras acorazadas abiertas.
Todo esto y mucho más es posible en el territorio de los seres encantados.
Un lugar que solo existe en tu imaginación, pero que todo el mundo querría que existiera en la realidad, y quizá sea así ¿Quién lo puede asegurar?